Sobre un revisionismo posible.


Por el Lic. Horacio D. Morgana.




Advertencia necesaria: Este espacio fue concebido por un psicoanalista y destinado exclusivamente para psicoanalistas. Este espacio no persigue ningún rédito económico y renuncio indeclinablemente a cualquier posibilidad al respecto.


Este espacio sólo se propone ofrecer un lugar indispensable para todo psicoanalista, uno que permita revisar su práctica. Uno que posibilite articular una pregunta, por sobre la jactancia del dogma. Ese lugar, que abriga la duda como condición de posibilidad de un tratamiento y no como falta inconfesable. Ese terreno en donde la falta pueda tener cobijo, aún y sobre todo, la del analista.


Y en último análisis, un campo en el que fertilice una ética. Quienes comulguen con la propuesta, no requieren de mayor explicación.


Por ello absténganse quienes busquen una palabra revelada, al modo del sumo sacerdote.


Absténganse también, quienes se vean tentados a una pulseada intelectual, suponiendo en este caso que la palabra revelada se le atribuya al consultante.


Finalmente este espacio se encuentra dirigido a una selecta, muy selecta minoría. Dirigida a la ínfima comunidad de psicoanalistas.


Claro está, no a aquellos que se autoarrogan la condición de tales, sino sólo a los que efectivamente han generado una formación y una práctica acorde con un psicoanalista y por supuesto también a todos aquellos quienes legítimamente se encuentran emprendiendo ese camino.


Despejado el terreno de todos aquellos cuyos horizontes resultan inconciliables con estas premisas, invito calurosamente a quienes sí se sientan convocados por esta propuesta. Y nobleza obliga, para estos último ofrezco una fundamentación del espacio, entendiendo que para todo el que continúe esta lectura, es su legítimo derecho acceder a tales fundamentos y mi irrenunciable deber ponerlos en vuestra consideración.









CONCEPCIÓN DEL ESPACIO





“El carácter principal de la ciencia, consiste en poder ser transmitida por la enseñanza”



Aristóteles.





Bajo este espíritu concibo el espacio. Inspirado sólo en el propósito de transmitir veinticinco años de experiencia en el campo del psicoanálisis, con el único objetivo de compartir ese humilde y a la vez valioso tesoro, que he tenido la fortuna de agenciar. Y digo “agenciar” en el sentido Deleuzeano, no me pertenece porque nunca fue mío; me fue dado de maestros, de condiscípulos y también de pacientes. Estos últimos, muchos de ellos padecientes, que me ofrendaron su saber mortificado, en ocasiones sin advertirlo, en otras intuyo que percatándose de su acción, me donaron parte de lo que aquí me propongo compartir.


Esta última cuestión ofrece un primer fundamento, al carácter de absoluta gratuidad de la propuesta. Mal podría “vender” aquello que no considero de mi propiedad. Restrinjo así mi potestad, tan sólo a la circunstancial habilitación de ofrecer este humilde tesoro, a los únicos fines de transmitirlo.


Espacio que propongo emparentado al dispositivo de supervisión psicoanalítico, aunque no idéntico.


Emparentado en tanto subroga de la práctica de revisar la propia práctica, instancia ésta insoslayable para cualquier analista.


Emparentado también en lo que respecta a que tal revisión, no es, sin la intermediación de un otro. Un otro que “saludablemente” atestigua acerca de la estructuralidad de la falta y una falta de la que el analista no es ajeno.


Emparentado finalmente en virtud de privilegiar el valor de la interrogación, entendiendo a ésta, no como déficit, sino como vía regia al saber. Haciendo en definitiva una apuesta en favor de la mayéutica.


Sin perjuicio del parentesco y como todo lazo familiar deseable, establece vínculos, mas no identidades entre sus partes. En ese sentido, este espacio no pretende ni ser, ni suplir la instancia de supervisión, sí aspira a suplementarla.


En primer término la circunstancia no presencial en tiempo real del espacio propuesto, determina un distingo entre éste y el modelo de supervisión clásico. Si bien ni el modelo de supervisión ni este espacio, suponen “el análisis del analista”; sí es común en ambos el análisis de la transferencia en la que el analista se encuentra inmerso en todo tratamiento. “De inconciente a inconciente”. Es allí en donde la supervisión y el presente espacio se distinguen.


El inconciente “abre y cierra”, aparece y desaparece, en el paciente y también en el analista. Esta última circunstancia se pone en juego en la dinámica de la supervisión y ello sólo pude “acontecer”, en el sentido Deleuzeano, en la esfera de un tiempo real y en el marco de un “cara a cara”.


Por otra parte, la supervisión resulta posible a partir de una impronta que principia en la subjetividad del analista y desde allí se articula en una demanda hacia otro analista, siendo investido el último por el primero, con una serie de atributos que ofrecen condición de posibilidad para tramitar una supervisión. Claro está, esta precondición no es otra cosa que un tipo particular de transferencia, la cual habilita a que el proceso de supervisión tenga lugar.


Este espacio se diferencia del modelo de supervisión clásico, dado que la carga de la demanda resulta de naturaleza inversa. No es el analista el que demanda una supervisión, sino que es este analista el que ofrece un espacio, aunque sin demandarlo, fértil para la interlocución con otro analista.


En el párrafo anterior puede localizarse un segundo elemento, que confiere consistencia a las razones por las cuales esta propuesta se instituye con el carácter de absoluta gratuidad. Es quien subscribe el que ofrece, mas de ningún modo vende. Y no lo hace, porque la iniciativa deriva del propio deseo y no de quien lo acoge; por tanto entiendo como justa ecuación tan sólo el intercambio, de un analista con otro analista.


Hasta aquí y al modo Sasseureano, realicé una aproximación a la definición de este espacio, distinguiéndolo por la vía de la oposición.


En adelante intentaré avanzar en un sentido asertivo, a los fines de esclarecer la propuesta.


Qué es una supervisión?


Una primera cuestión a resaltar es que este espacio interroga e incluso cuestiona, al significante “supervisión”. Ello no implica dubitar acerca del carácter indispensable de esta instancia, sino de su nominación y de las posibles implicancias subrogadas.


Un dispositivo como el que aquí se propone, apuesta a privilegiar la pregunta del analista consultante, entendida ésta como fructificadora en el sentido más literal de la expresión, pacible de ofrecer frutos. Una pregunta entonces, que lejos de remitir al déficit del analista que la articula, alude a facilitar un plus de consistencia a “la dirección de la cura” o si fuera el caso, “hacia un tratamiento posible”. Y tal circunstancia sólo resulta factible, a partir de concederle a la interrogación estatuto de oportunidad.


Oportunidad que es rastreable en cualquier disciplina científica, incluso en aquellas de soporte positivista. No habría ciencia en ningún campo, sin la asistencia de la “pregunta científica”. Ésta posee la virtud de localizar un agujero, un vacío en el corpus del saber vigente. Es por tanto una pregunta que siempre supone incomodidad para el saber oficial y por tal razón resistida por éste; pero esa pregunta es a la vez el motor privilegiado e irremplazable de la historia de las ciencias.


En lo que refiere al psicoanálisis, la pregunta se articula a partir de categorías diferenciales respecto del marco teórico positivista, aunque no obstante conserva su carácter propiciador.


La pregunta analítica se aquerencia en última instancia a la metapsicología freudiana y a los posteriores desarrollos de Lacan y otros autores insoslayables. Este es un rasgo diferencial del psicoanálisis respecto a otras disciplinas. El psicoanálisis, en oposición a otras ciencias que abrevan en el método científico, posee una epistemología propia.


En ese marco la pregunta analítica recupera lo fructífero, por sobre la incomodidad del cuestionamiento. Y es así que los psicoanalistas acogemos de buen grado en lugar de incomodarnos, toda vez que las presuntas certidumbres vacilan. Y no podría ser de otro modo, dado que tal circunstancia constituye la piedra angular de nuestra labor.


En lo específicamente psicoanalítico entonces, la pregunta se articula a nuestra práctica principiando por el diagnóstico mismo y consecuentemente por el camino a seguir. “La neurosis está estructurada como una pregunta … de imposible respuesta”. Y en cuanto a las psicosis, defininidas como “ …una respuesta anticipada a todo pregunta”. En cualquier caso, resulta indeclinable acoger a la pregunta como una categoría nuclear de nuestra práctica analítica.


Vale decir y de modo taxativo, si no hay pregunta y ello incluye al analista, entonces tampoco hay análisis. Inmerso en esta lógica, apelo a Saramago que interpreto sintoniza con ella al decir, “Dentro de nosotros, hay cosas que no tienen nombre …y eso somos nosotros”


Es en este contexto que el significante “supervisión” se denuncia groseramente distante de los fines propuestos.


“Super-visión”: Mirada superlativa.


“Supervisado”: Acto de validación.


Quién adviene al puesto de “ver” desde las alturas y desde allí se unge con la potestad de validar?


No puedo dejar de representarme un modelo oracular y al sumo sacerdote “interpretando” para el consultante, los sonidos guturales de una pitonisa narcotizada.


No. Definitivamente no.


No en principio “mirada”, rindiendo así culto al sensualismo de lo escópico y de tal modo reforzando un registro imaginario que el psicoanálisis debiera trasvasar.


No tampoco en lo que refiere a las “alturas”, posición ilusoria que como tal remite también al registro imaginario.


Y por sobre todo no, a la creencia en “un” metalenguaje. “El” metalenguaje no existe o lo que es lo mismo, conviven infinitos metalenguajes.


Al respecto viene a cuenta una reflexión de Alejandra Pizarnik: “Cada palabra dice una cosa y además, más; otra cosa.” Bella y lúcida manera de referir a la estructura polisémica del lenguaje y derivación de ella, la metáfora posible. Metáfora que resulta materia prima del proceso psicoanalítico y a la vez nos resguarda prudentemente del discurso sacerdotal, del discurso “uno”.

Debiera ser ocioso afirmar, aunque por desventura no lo es, que no sólo en el discurso sino también en la praxis de todo analista, la posición de éste ha de diferenciarse radicalmente de la del sumo sacerdote. Idéntica circunstancia acontece con el analista en rol de supervisión.


A partir de lo expresado, permítaseme entonces acuñar un significante en reemplazo del poco feliz “supervisor”. Me veo tentando en proponer en su lugar el de “revisor”.


Claro está, que peca del mismo vicio que el anterior. Persiste su alusión al registro imaginario, aunque quizá sea lo correcto. Si bien sujeto a controversia, aún así entiendo pertinente y hasta fundado en la honestidad intelectual, el acto de remitir a las fuentes; aún a aquellas de las que se intenta tomar distancia.


Pero particularmente “revisor” me impronta como un significante plausible, a partir de su prefijo. Volver a ver o más precisamente a escuchar con la asistencia de otro, que el analista designa como apto para juntos “revisar” la dirección de un tratamiento.


Quizá y confieso con absoluta honestidad que sin proponérmelo de antemano, esta iniciativa intente recuperar algo de la impronta que hizo posible la rica correspondencia entre Freud y Fliess.


Esta es la médula que alimenta el espíritu de la propuesta, bienvenidos todos aquellos que comulguen con ella. Mi sincera gratitud por vuestro tiempo invertido en “escuchar-me” los fundamentos que entiendo dan consistencia al espacio.


Hasta aquí fueron ustedes quienes pusieron en juego su generosa “escucha”. En adelante quedan formalmente invitados a mi “escucha”, humilde y al mismo tiempo implicada, en la nobleza que supone el acto de cada uno que se atreve a revisar su propia práctica.


Reitero la absoluta gratuidad del espacio y dejo a disposición de quien lo requiera, un abstrac de mis antecedentes curriculares.






AGRADECIMIENTOS






- A la Señora Daniela Liserre Moreno, artista de invaluable talento, que generosamente engalanó este espacio con sus ilustraciones geniales.


- A mi amada esposa y mi pequeña hija, que regalándole brillo a cada día de mi vida, hacen posible esta iniciativa.


- A cada uno de los muchos y muy valiosos maestros, quienes me permitieron aquilatar este saber, en continuo proceso de “revisión”.Quizá, en retribución a ellos me encuentro predispuesto a transmitirlo.